Es imposible hablar de las luces cegadoras de «Separación» sin abordar también las sombras que arroja su segunda temporada… Así que este texto va a intentar recapitular todo lo que la serie tiene a favor y en contra.
Es muy curioso lo que me ha ocurrido con la segunda temporada de «Separación», la serie de Dan Erickson que se ha convertido en el buque insignia de Apple TV+. Al fin y al cabo, la primera temporada queda tan lejos (¡3 años!), que tuve que buscar un resumen en YouTube para ponerme al día. Lo que más recordaba, eso sí, era esa sensación de estar ante una serie realmente importante además de poderosamente imponente: una de esas ficciones que se van construyendo poco a poco y que, al terminar la primera temporada, te dejan con la sensación de que lo que has visto son tan solo los cimientos del rascacielos que se erigirá en el futuro próximo.
Entonces llegamos a la segunda temporada y una cosa tengo que dejar clara: han sido unas semanas de subidón constante. Cada capítulo me dejaba más arriba que el anterior, con la cabeza dando vueltas con múltiples teorías que leía en internet y en redes y con diversas pajas mentales que me hacía yo solito en la soledad de mi mente. El último episodio de la segunda temporada de «Separación», estrenado el pasado viernes 21 de marzo, me llevó más arribísima todavía y acabé en lo que puede definirse como un estado de absoluta euforia. Hay amigos en WhatsApp que pueden corroborarlo.
Unos días después, sin embargo, llegó la bajuna. No sé si fueron algunas conversaciones que tuve al respecto de la serie o algunos artículos que leía o algunas opiniones no solicitadas que me asaltaron en redes… Sea por lo que sea, tuve que afrontar que había «algo» que me afeaba el subidón del último episodio. Un «algo» que empezó como algo difuso pero que acabó convirtiéndose en una sombra. Una sombra que solo puedo tratar aquí después de haber expuesto las luces de la serie e incluso pasar por la zona intermedia (la tierra de nadie) que existe en la segunda temporada de «Separación».
A favor de las rarezas de «Separación»

Que nadie se haga una idea equivocada: que le esté dando vueltas a las sombras de «Separación» no quita que las suyas sean unas luces cegadoras. Empezando, obviamente, por el despliegue de una de las historias y uno de los planteles de personajes más magnéticos de la última década en televisión. Me cuesta pensar que pueda existir un espectador que, llegados a este punto de la serie, no tenga una relación puramente visceral (para bien o para mal) con este puñado de innies y outies. Cada uno tendrá sus filias y fobias, supongo. Igual que supongo que es fácil intuir que yo soy puro #TeamIrv.
Pero es que, más allá del carisma de los personajes, hay que reconocer que la expansión del universo que «Separación» formaliza esta segunda entrega es realmente impresionante. En la primera temporada, creímos a pies juntillas que la serie iría de la separación (el proceso de desdoblamiento que divide la mente de una persona en dos mitades excluyentes -solo una puede estar consciente a la vez- para que el trabajo no afecte a la vida cotidiana y la vida cotidiana no interfiera en la productividad laboral) y del lado oscuro de Lumon, la empresa creadora de este procedimiento.
La segunda temporada, sin embargo, practica el Big Bang más sonoro para expandir este universo y llevar al espectador a lugares imposibles de sospechar en la primera tanda de episodios. De repente, «Separación» ya no es solo una kaufmaniana parábola sobre la cultura corporativa obsesionada con la productividad, sino que incorpora múltiples tramas paralelas que, además de robos de ideas científicas que alimenta una ira vengativa, salpican la mencionada parábola sobre la cultura corporativa con liturgias sectarias del gótico rural yanki (subrayando así los lugares comunes de la depuración sistémica que ambas practican).

No voy a extenderme más por temor al spoiler… Así que seguiré matizando que, entre las luces de esta segunda temporada de «Separación», también (y sobre todo) se encuentra la cimentación de un universo estético impecable, original y tan fascinante que roza la hipnosis en cada episodio. Estoy hablando de los códigos de colores y su importancia en la construcción de espacios arquitectónicos que juegan constantemente con la simetría y la liminalidad para fomentar el concepto de espacio mental y despojarlo de humanidad. También de un sentido del ritmo impecable y una planificación del sonido perfectamente inquietante.
«Separación» crea un espacio liminal sublime que atrae tanto como inquieta precisamente porque, dentro de él, ni el espacio ni el tiempo operan con naturalidad. Este es el secreto de que muchos de los nuevos episodios, muchos de ellos autoconclusivos al centrarse en un único personaje, generen tanta fascinación. Desde el ORTBO estructurado como un videojuego al capítulo que, de repente, pone a Gemma en el centro de una trama de la que había sido excluida hasta ese momento; desde el episodio que (presuntamente) cierra el arco argumental de Irv (John Turturro) hasta la fuga de Cobel (Patricia Arquette) al pueblo que alberga el huevo de la serpiente de Lumon… Aquí no hay ni un capítulo flojo.
Y eso es algo que no debería sorprender a nadie que haya contemplado la magistralidad de la apertura y cierre de esta segunda temporada. Empezando por la genialidad de que, en una serie titulada «Separación», la trama se despliegue con un primer capítulo para los innies (sin los outies) y un segundo capítulo para los outies (sin los innies) practicando la separación más radical. Y acabando con un season finale que recoloca todas las piezas sobre el tablero de cara a la tercera temporada. Repito que no hay otra forma de definirlo: las de «Separación» son luces cegadoras.
A medias con los misterios de «Separación»

No voy a extenderme demasiado en este apartado porque, fundamentalmente, la tierra de nadie de la segunda temporada de «Separación» es un territorio fronterizo realmente pequeñito… Por ahora. Y la culpa de que exista esta tierra de nadie, por extraño que parezca, es ni más ni menos que de «Lost», la mítica serie creada por Jeffrey Lieber, JJ Abrams y Damon Lindelof que hizo que toda una generación de espectadores se convirtiera en una legión de personas desconfiadas.
O, por lo menos, una legión de personas que aprendieron a desconfiar del tipo de ficción en concreto que encumbró «Lost»: una historia que se dedica a sumar enigmas en forma de eventos que sorprenden no solo por el misterio que entrañan, sino sobre todo por la imposibilidad de ser explicados de forma racional dentro del universo de la propia ficción. Aquí estamos hablando, entonces, tanto del oso polar en la isla tropical de «Lost» como del hombre alimentando una cabrita en una habitación peregrina al final de la primera temporada de «Separación».
Y es que, en su segunda entrega, «Separación» se ha lanzado de cabeza a arrojar preguntas que, inevitablemente, si te pegaste un batacazo contra aquel final de «Lost» que explicaba parte del misterio pero dejaba colgado un alto porcentaje de los enigmas, no puedes evitar pensar que no serán cerrados nunca. Aquí entra en juego la fe que cada uno ponga en la serie. Yo tengo que reconocer que, en mi cabeza, por ahora, todo puede ser explicado. Pero también entiendo que muchos empiecen a mirar esta serie con desconfianza precisamente porque, en esta segunda temporada, todas las preguntas que rodean a Lumon quedan eclipsadas por algo que muchos no esperábamos: el amor.
En contra del amor en «Separación»

Y así llegamos a la gran sombra de la segunda temporada de «Separación». Una sombra que habrá quien pueda decirme que ya se empezó a entrever en una primera tanda de episodios en los que el romance entre Mark S. (Adam Scott) y Helly R. (Britt Lower) fue central en la trama… hasta que se reveló que Ms. Casey (Dichen Lachman), una de las trabajadoras de la planta separada de Lumon, era en realidad Gemma, la esposa de Mark Scout que este creía fallecida en un accidente de tráfico,
De nuevo, no me voy a alargar en todo esto para evitar spoilers. Y es que, por mucho que el episodio sobre Gemma se convirtió en uno de mis favoritos de esta segunda temporada justo cuando lo que yo quería era un episodio sobre Irv, si hago una reflexión en perspectiva tengo que reconocer que la trama sobre el cuadrado (porque es un cuadrado y no un triángulo) amoroso entre Mark S. / Helly R. / Mark Scout / Gemma Scout ha acaparado tanto la temporada que la ha llevado al límite de lo inverosímil.
Porque ahí está la gran cuestión: si yo fuera Mark Scout y me revelaran que mi mujer sigue viva y está atrapada en la planta separada de Lumon, obvio que mi impulso inicial sería lanzarme a rescatarla… Pero eso lo haría después de acribillar a preguntas a la persona que me ha hecho esta revelación: ¿qué es Lumon exactamente y qué pretende? ¿Cuál es el plan maestro detrás de la separación? ¿Qué busca Jame Eagan con estos experimentos? ¿Por qué Lumon está estructurado como un culto religioso? Y, sobre todo, ¿por qué ha montado Lumon semejante tinglado alrededor de dos personas concretas como son Mark y Gemma?
Todo esto es lo que a mí me interesa en «Separación». Al fin y al cabo, desde el primer capítulo de estas segunda temporada no he parado de decir a quien quisiera escucharme que esta serie es, fundamentalmente, «Lost» puesta hasta el culo con los esteroides de la cultura corporativa de la hiperproductividad turbo-capitalista. Y, por mucho que la trama amorosa me haga gracia, no es el motivo por el que estoy aquí. Yo estoy aquí por la conspiranoia y las teorías complejísimas que me obliguen a leer manuales sobre corporate culture, no por la historia de amor que, por muy complicada que sea, ya habré visto mil veces.
Peor todavía: visto el último plano de la season finale (un plano que, de hecho, me alucina siempre que vuelvo a contemplar el pavor en las caras de Mark y Helly en una situación en la que, a priori, deberían estar felices), no puedo evitar sospechar lo peor de cara a la tercera temporada. Porque mi primer impulso fue pensar que muy bien, que ya está, que ya se han quitado de encima la trama amorosa y que la siguiente temporada será la de Lumon y sus tejemanejes. Pero, en verdad, si el cliffhanger final está protagonizado por el amor, eso podría indicar que esa será también la constante para el futuro de «Separación».
Y no voy a anticipar nada… Pero eso sería una bajuna de futuro.
Sinceramente,
Raül De Tena