«La Sustancia» de Coralie Fargeat es altamente gozona como peli de body horror… Pero es más disfrutable todavía si se entiende a través de la explicación que brindan estas tres claves de sentido.
«Su media hora final es lo más fuerte que he visto nunca en el cine» es, muy probablemente, el primer comentario que alguien me hizo al respecto de «La Sustancia», el film de Coralie Fargeat que la lio parda tanto en Cannes como en Sitges (dos festivales cuyo público no podría estar más lejos en cuanto a gusto cinematográfico). Y esto, sumado al resto de valoraciones que fueron llegándome a partir de aquel momento, me hizo pensar que el mencionado elemento fuertote se refería a una barra libre de gore y sangre de esos que ponen a prueba tanto tu estómago como tu aguante. Pero me equivocaba.
Por suerte, me equivocaba. Porque, obviamente, «La Sustancia» contiene amplias dosis de gore y sangre y body horror y puro género de terror… pero también se desborda más allá de las fronteras que suelen imponer todas estas etiquetas para expandirse (de una forma reptante, viscosa, inquietante) hacia un horizonte más amplio. Es allá donde despliega un conjunto de estrategias narrativas que circunscriben al film en ese tsunami de cine que, desde la visión femenina, está poniendo en tela de juicio no solo la mirada masculina, sino también las avasalladoras prácticas con las que esa mirada masculina sigue intentando mantener y conservar el privilegio que siempre le ha otorgado el heteropatriarcado.
Pero no voy a avanzar acontecimientos… Porque, a priori, podría parecer extraño todo esto que acabo de confirmar si tenemos en cuenta que Fargeat parte de un argumento que es pura sublimación de las convenciones del body horror: Elisabeth (interpretada desde la honestidad corporal por una impactante Demi Moore) es una antigua gloria de Hollywood que ha acabado presentando un anticuado y cada vez menos relevante programa de fitness televisivo. Cuando su productor, un machirulo acostumbrado a tratar a su entorno con el desdén que otorga el poder (Dennis Quaid), decide apartarla del programa para buscar a una presentadora más joven y fresca, Elisabeth ve cómo se resquebraja su confianza en un cuerpo cada vez más avejentado.
Es entonces cuando entra en juego «La Sustancia», que es un tratamiento misterioso que le permitiría a Elisabeth escindirse en dos cuerpos: el suyo actual y otro más joven. El tratamiento, sin embargo, viene con contraindicaciones (mientras un cuerpo está activo, el otro está en estado durmiente) y advertencias (nunca ha de perder de vista que los dos cuerpos son ella misma, y no dos personas diferentes; y, sobre todo, cada cuerpo solo puede estar activo una semana, ni un minuto más).
Tras la resistencia inicial, pero animada por el golpe a la autoestima que le ha proporcionado el despido de su trabajo, Elisabeth decide iniciar el tratamiento… y ahí nace Sue (la deliciosamente petulante Margaret Qualley), una versión más joven de Elisabeth. Su mejor versión. Pero, claro, tal y como cantaban aquellos, el equilibrio es imposible. Y ese será tan solo el principio del drama central de «La Sustancia». Un drama que se entiende de forma más clara atendiendo a tres claves fundamentales de la película de Coralie Fargeat.
Citas, homenajes Y REFERENCIAS
La primera colleja que «La Sustancia» propina en la frente del espectador toma la forma de una verdadera apisonadora de citas directas y homenajes cinematográficos que tienden puentes hacia géneros, directores o películas concretas y fácilmente reconocibles. No intenta Fargeat camuflar su intención ni ponérselo difícil a quien mira.
Es por eso por lo que no cuesta desmadejar una gozosa pero intrincada madeja de referencias, entre las que destacan las siguientes:
- Jekyll y el Sr. Hyde, tan presente en la escisión de Elisabeth / Sue como dos partes separadas que revelan diferentes caras psicológicas de una misma persona.
- «El Hombre Elefante» de David Lynch no solo en la caracterización del monstruo, sino también en su frankenstiniano periplo al revelarse ante la sociedad.
- Stanley Kubrick por duplicado. Para empezar, en ese pasillo enmoquetado con una alfombra que recuerda a la del Hotel Overlook de «El Resplandor» y que, curiosamente, acabará bañado en sangre igual que aquel otro pasillo en la mítica escena del torrente de hemoglobina escapando de un ascensor que abre sus puertas. Pero también en el uso del «Así Habló Zarathustra» de Richard Strauss que en «2001: Odisea en el Espacio» sirve para alumbrar el instante de la creación de la humanidad y que, en el caso de «La Sustancia», alumbra la revelación del monstruo ante la humanidad.
- «Carrie» de Brian de Palma, a la que homenajea directamente al plantear la revelación del monstruo ante el público del programa especial de Navidad como una cita directa de la escena de la reina de la promoción… que también acaba en baño de sangre. Aunque sea un baño de sangre diferente.
- La Nueva Carne y su obsesión por el primerísimo primer plano del cuerpo en disección y descomposición. El cuerpo humano como espectáculo grotesco del que nace un ser no-humano, puede que mejor, seguro que peor, sobrevuela «La Sustancia» en una línea genealógica que va desde David Cronenberg (obvio) hasta «Titane» de Julia Ducournau, con la que tiene más puntos en común de lo que podría parecer a primera vista.
¿Son todas estas citas demasiado directas? ¿Son los homenajes demasiado literales y reconocibles? ¿Son los juegos de referencias demasiado sencillos y los hemos visto ya demasiadas veces en otras películas? Podría parecer que la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo «sí»… Pero, ojo, porque el resto de claves de la película de Coralie Fargeat acaban por demostrar que esta presunta falta de originalidad tiene un objetivo realmente sublime.
Las tres partes de «La Sustancia»
Para entender el verdadero calado de «La Sustancia», hay que tener en cuenta que el film articula su historia en tres partes bien diferenciadas que incluso van precedidas de un intertítulo con el nombre de la protagonista de cada segmento. Son tres piezas de un mismo puzzle y, como ocurre con todos los puzzles, resulta imposible contemplar el paisaje al completo hasta que todas sus piezas no encajan las unas con las otras.
«La Sustancia» arranca concediéndole todo el protagonismo a «Elisabeth» y escavando los cimientos sobre los que Fargeat construirá el drama de su película. En este tramo se sientan las bases estéticas de un film en el que los espacios desangelados y artificiales refuerzan la sensación de fantasía e irrealidad porque, al fin y al cabo, lo que le interesa a la directora es poner la lupa de aumento sobre los cuerpos y las psicologías que de estos se desprenden.
Precisamente por eso, es interesante que la primera parte se centre en el programa de fitness y su hipersexualización del cuerpo de Elisabeth Sparkle de una forma un poco ridícula por lo que tiene de anacrónica (al fin y al cabo, es pura estética ochentera a lo Eva Nasarre). Es en ese espacio donde el personaje del productor despliega una de las prácticas más habituales del heteropatriarcado: la invisibilización del cuerpo femenino una vez deja de ser deseable para la mirada masculina. Lo hace a través de un despido que supone el punto y final de un sistema laboral en el que el hombre poderoso premia a la mujer cuando esta se ajusta al canon de belleza y deseabilidad, pero la descarta en cuanto se sale de ese canon.
El intertítulo de «Sue» da paso a un tramo en el que «La Sustancia» explora el desdoblamiento de su protagonista a través de la dicotomía. A partir del momento en el que Elisabeth empieza el tratamiento y se desdobla en Sue, de lo que está hablando realmente Fargeat es de la esquizofrenia / bipolaridad femenina causada por el culto absoluto a la juventud y la salud. Estos dos conceptos son emparejados por la mirada de una cámara, la del programa de televisión (es decir: el ojo masculino), obsesionada con el cuerpo joven y deseable de la protogonista en un entorno en el que el fitness (es decir: la persecución de la salud) se hipersexualiza hasta el extremo.
El juego de conceptos queda reforzado por la doble dicotomía que establece la representación en alternancia de la juventud / vejez y la salud / monstruosidad en dos espacios bien definidos. Por un lado, el programa de fitness es un espacio de superficilidad extrema y artificial. En contraposición, el piso de Elisabeth / Sue, especialmente el baño en el que reiteradamente se contempla desnuda en el espejo, es el espacio para la intimidad y la honestidad.
Es este segundo espacio en el que la fractura psicológica (es decir: el momento en el que las dos protagonistas dejan de percibirse a ellas mismas como una misma persona) las enajena y las hace odiar a su contaparte. Un verdadero pistoletazo de salida para una carrera sin fin en la que el desacuerdo y la discordancia entre ambas partes acabará pasando factura a ambas: exprimir la salud / juventud de Sue acentuará la vejez / monstruosidad de Elisabeth y, por lo tanto, acortará la vida de ambas.
Esta fractura psicológica empuja a la película hacia su tercera parte, que arranca con un intertítulo que deja bien claro que hemos estado siempre ante una broma realmente jocosa: «Monstro Elisasue» se apodera de «La Sustancia» como resultado directo de los dos estados anteriores. La esquizofrenia / bipolaridad inducida por el heteropatriarcado más grotesco crea un monstruo que, sin embargo, no se reconoce a sí mismo como tal (ahí está la belleza a la vez divertidísima y conmovedora de Elisasue clavándose los pendientes en los lugares en los que ella cree que están sus orejas) y que comete el atroz error de presentarse en sociedad creyendo que será aceptada.
Spoiler alert: la sociedad no acepta a la pobre Elisasue. Y por «sociedad» aquí entendemos el público del programa especial de Navidad, una masa de personas anónimas ávidas de vampirizar la frescura magnética de Sue entre las que se encuentra el productor y su séquito de estrafalarios ejecutivos (todos ellos señoros mayores con pinta de ser acosadores sexuales). Como es de esperar, la sociedad hace lo que siempre ha hecho con los monstruos que crea: señalarlos, horrorizarse ante su existencia y exigir su muerte.
Representación y crítica del machismo
Es la pieza de Elisasue la que acaba sublimando y dando sentido a la totalidad del puzzle de «La Sustancia». Y, para ilustrar cómo lo hace, voy a recurrir a mi experiencia personal con el film… Resulta que me pasé las dos primeras partes de la película desconfiando seriamente de lo que estaba ocurriendo en pantalla, ya que lo único que veía era una alarmante acumulación de clichés sobre el machismo en nuestra sociedad a través de un punto de vista que nunca los cuestiona, que nunca los pone en duda y que, a veces, incluso parece celebrarlos (como es el caso de las imágenes hipersexuadas del programa de fitness).
Pero entonces llegó Elisasue y, al introducir el contexto de «monstruo» en la trama, lo cambió absolutamente todo. Porque esta tercera parte del film de Coralie Fargeat me explicó a la perfección por qué nunca antes había recurrido a conceptos y teorías feministas para arrinconar, poner en duda y cuestionar los clichés machistas; por qué incluso había optado por la repetición extenuante y machacante de imágenes hipersexuadas que agreden contra la sensibilidad y el sentido moral de cualquiera que habite en el siglo 21. Y es que, si no hubiera hecho todo esto, «La Sustancia» habría desarticulado y desactivado por completo ese machismo rampante, lo que haría injustificable el nacimiento de un monstruo.
Dicho de otra forma: es la aceptación de los clichés machistas a plena potencia (clichés que, para qué vamos a negarlo, siguen plenamente vigentes) lo que alumbra el monstruo final a partir de la cración de una fractura psicológica en la mujer protagonista. Un camino pluscuamperfecto en el que, por cierto, los nombres acaban revelando un significado oculto particularmente interesante… Elisabeth Sparkle es una posible referencia a Erzsébet Báthory, una condesa que, en la Hungría del siglo XVI, asesinó a cientos de mujeres y se bañó en su sangre a la búsqueda de la juventud eterna. Sue pierde el apellido Sparkle y pasa a ser simple y llanamente Sue, otra herramienta más con la que la mirada masculina suele extirpar la humanidad de las mujeres para convertirlas en entes abstractos validados exclusivamente por su capacidad para generar deseo. Y el productor, por cierto, se llama Harvey, lo que vuela la cabeza si le ponemos Weinstein de apellido.
Mediante esta representación y crítica del machismo, «La Sustancia» también consigue trascender la aparente simplicidad de sus homenajes y referencias, elevando de esta forma el género que practica (el body horror) hacia un escalón cinematográfico superior. Hacia ese escalón en el que las películas impulsan los géneros hacia horizontes nuevos y estimulantes.
Y lo que es mejor de todo: cuando crees que Coralie Fargeat no puede ir a más, la tía va a más… Porque, a modo de coda final, «La Sustancia» se cierra con un epílogo en el que el monstruo repta hacia la calle mientras va descomponiéndose en partes, aferrándose a la poca humanidad que le queda por mucho que ya no tenga ni forma humana. La cámara nunca deja de grabar y acompaña a Elisasue hasta un triste final que cierra la película de forma circular sobre la estrella de Elisabeth en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Es esta una nueva vuelta de tuerca en forma de metáfora de un proceso al que ya estamos demasiado acostumbrados. ¿O no es este otro caso más de mujer joven bella que, al llegar a la madurez, se acaba haciendo tantas operaciones que acaba convertida en un monstruo que la sociedad empuja hacia un final trágico? Un proceso en el que la mirada general refrenda la mirada masculina y se deleita cuando la cámara no se separa de lo que una vez fue una mujer pero ahora es un ser que persevera en la transgresión de existir como monstruo, aferrándose a la poca humanidad que le queda. Hasta que llega la muerte, el olvido, la invisibilización definitiva de la mujer… Y los hombres pueden volver a respirar tranquilos.
Sinceramente,
Raül De Tena