¿Por qué «Hombres Puros» de Mohamed Mbougar Sarr es una lectura durísima… pero necesaria?

«Hombres Puros» de Mohamed Mbougar Sarr es un libro duro en su radiografía de la situación de los homosexuales en Senegal… pero también es necesario y bello. Y de eso hay que hablar.

Decir de un libro (o de una película, un cómic o cualquier otro producto cultural similar) que es «tan duro como necesario» se ha convertido en una especie de cliché periodístico que no deja de ser cierto por mucho que se use. Y, sobre todo, que nunca dejará de ser cierto mientras sigan existiendo libros como «Hombres Puros» (Anagrama), donde Mohamed Mbougar Sarr practica la pluma con una doble función: como pico con el que extraer verdaderas gemas de la mina literaria y como navaja con la que herir de muerte al lector.

El punto de partida de «Hombres Puros» es impactante: justo después de mantener sexo con su amante y todavía en la cama, el senegalés Ndené Gueye se queda de piedra cuando ella le enseña un vídeo en el que una marabunta de personas furiosas exhuman un cadáver desenterrándolo de su tumba y sacándolo del cementerio, expulsándolo así del espacio sagrado y negándole cualquier tipo de paz después de la muerte. ¿El motivo para semejante castigo? Supuestamente, el cadáver pertenece a un góor-jigéen que fue enterrado en campo santo sin permiso religioso y a través de mentiras.

Pero ¿qué es exactamente un góor-jigéen y por qué es una presencia problemática en la sociedad actual del Senegal? El propio autor lo define en el libro de la siguiente manera: «Significa hombre-mujer, como ya sabes. Pero ¿qué es un hombre-mujer? Nada y todo al mismo tiempo. En la palabra góor-jigéen se incluye cualquier identidad sexual que no sea heterosexual. Así que me llaman góor-jigéen, como se denomina aquí a los homosexuales, a los transexuales, a los bisexuales, a los hermafroditas e incluso a los hombres un poco afeminados o a las personas de apariencia andrógina. Soy un góor-jigéen por exceso e imprecisión del lenguaje al mismo tiempo. Aquí, cuando no eres heterosexual, eres góor-jigéen. No hay sitio para el resto, para todos los demás tipos de sexualidad».

Ndené, sin embargo, no solo no condena la actuación de la marabunta enfervorecida, sino que incluso la defiende ante una amante que primero reacciona con estupor y, a continuación, con enfado. Sorprendentemente, sin embargo, el impactante vídeo se queda a vivir dentro de la cabeza de Gueye… contra su propia voluntad. No puede dejar de pensar en él, sobre todo cuando sus clases como profesor de literatura en la Universidad son puestas en duda al incluir en su programa a autores homosexuales sin cuestionarlos y, sobre todo, sin condenarlos.

El protagonista de «Hombres Puros» iniciará entonces un viaje tanto interior como exterior en el que irá enfrentándose a diferentes personas / personajes que le obligarán cuestionar su sistema de valores y a hacerse preguntas incómodas: ¿cuál es su verdadera postura ante la forma en la que se trata a los góor-jigéen en Senegal? Pero, sobre todo, ¿por qué es un tema que le preocupa de forma tan profunda, siendo él un hombre heterosexual que bien podría mantenerse al margen de cualquier tipo de polémica? Es en estas preguntas incómodas donde brotan tanto la dureza como la necesidad del libro de Mohamed Mbougar Sarr.

Hombres Puros, de Mohamed Mbougar Sarr

Y es que, desde las primeras páginas de «Hombres Puros», queda bien claro que el estilo de Mohamed Mbougar Sarr tiene en la dureza su principal rasgo identitario. Su estilo de escritura es directo y seco, incluso árido. Es parco a la hora de abordar tanto las descripciones del espacio como de los personajes, incluso de las acciones, porque el esfuerzo de su pluma se concentra más bien en la cabeza (las reflexiones y pensamientos) y la boca (los diálogos) de sus personajes. Especialmente de Ndéné Gueye.

El trenzado continuo de pensamiento y palabra es el corazón de la estructura de esta novela con una estructura tradicional pero efectiva en la que el protagonista se topa con un problema moral / filosófico / social / humano que le perturba profundamente y, para entenderlo y a ser posible aclararlo, se embarca en una cadena de diálogos que le ayudarán a deconstruirlo, observarlo desde diferentes prismas y (a ser posible) extraer las conclusiones convenientes. Es una estructura tan clásica como infalible.

En el caso de Ndéné, tras la conversación inicial con su amante (figura de libertad sexual y moral, abiertamente bisexual), se verá arrastrado por una deriva trufada de diálogos brillantes… Con quien más hablará será con su padre, figura religiosa que (tras un patinazo que entierra por completo su aspiración de convertirse en líder espiritual que de repente le repudia por un comentario ambiguo que podría interpretarse como comprensivo con los góor-jigéen) condena la homosexualidad hasta el punto de afirmar que renegaría públicamente de su propio hijo si este no fuera heterosexual.

Pero también hablará con la amante de su amante, figura de implicación y cambio social al pertenecer a grupos de presión en apoyo a los góor-jigéen. Hablará con su mentor en la Universidad, figura de gay armariado retrógrado que juzga a aquellos que están intentando cambiar las cosas por ser demasiado visibles, demasiado estridentes, demasiado coloridos, demasiado ruidosos, demasiado abiertamente maricones. Hablará con Samba Awa, fascinante figura de disidencia al tratarse de un travesti heterosexual tolerado por la sociedad senegalesa solo gracias a la relevancia de su arte. E incluso hablará con la madre del cadáver del vídeo, figura de dolor sobre la que se ha ejercido una violencia indirecta pero no menos dolorosa.

En «Hombres Puros», Mohamed Mbougar Sarr borda un ejercicio especialmente interesante por lo que tiene de ponerse en los zapatos del enemigo. Aunque, para ser sinceros, puede que Ndéné no sea un enemigo per sé, tampoco nos pasemos, pero sí es igualmente peligroso en una tibieza que es pura violencia indirecta. Así lo confirman sus palabras: «Simplemente no sé cómo, siendo un hombre, se puede amar algo que no sea el cuerpo de una mujer. No odio a los hombres homosexuales, me son ajenos, no porque me molesten desde un punto de vista moral o religioso, sino porque me desconciertan desde una perspectiva estética. No entiendo, nunca podré entender su atracción por la sequedad del cuerpo masculino, su obstinada planitud, su relieve sin colinas, su topografía sin vértigo, su escultura plana…».

Ndéné Gueye es el típico heterosexual que, desde la condescendencia, perpetúa prejuicios, asunciones, clichés y juicios blandos del tipo «les respeto, pero no les entiendo». Y puede que su periplo peque de ser excesivamente literario, con esos pensamientos y diálogos tan frontales y literales que a veces se enredan en reflexiones complejas que no siempre aterrizan (ni falta que hace, porque hay preguntas que siguen sin tener respuesta). Puede también que el tramo final (con la obsesión del protagonista con un pescador primero y su intención de dejarse linchar después) sea un cierre solvente para el relato literario aunque insuficiente para la problemática social. Pero todo eso da igual porque, más allá de todo esto, «Hombres Puros» es un libro realmente necesario.

Hombres Puros, de Mohamed Mbougar Sarr

El carácter necesario de «Hombres Puros» solo puede explicarse con las propias palabras de Mohamed Mbougar Sarr. Al fin y al cabo, esta es la herramienta que el autor utiliza para diseccionar una sociedad senegalesa atravesada por un problema sobre el que se niega a reflexionar. El problema de unos góor-jigéen que la amante de Ndené retrata de forma sintética en el arranque del relato: «¿Supones que era un góor-jigéen? ¿Supones? ¿Qué iba a ser si no? Son los únicos en este país a quienes se les niega una tumba. Los únicos a quienes se les niega tanto la muerte como la vida».

El escritor no escatima palabras a la hora de atacar el origen de esta problemática, que no es otro que un fervor religioso capaz de cegar la capacidad de empatía: «Este país está lleno de magníficos actores en el escenario religioso, histriones disfrazados, enmascarados, maquillados, disimulados, virtuosos de la apariencia; interpretamos tan bien que no solo logramos engañar a los demás, sino que llegamos a convencernos a nosotros mismos de la ilusión que creamos. Sí, los buenos musulmanes, con su mirada fervorosa, el corazón abrumado por la pureza, la frente ceñida con los laureles de la elección divina, somos nosotros».

Un fervor religiosa que conduce a actuaciones tan inhumanas como las que se desciben en «Hombres Puros» de forma directa, frontal y dolorosa: «Si una minoría amenaza la cohesión y el orden moral de nuestra sociedad, debe desaparecer. O por lo menos debe ser silenciada a toda costa. Te puede parecer cruel, inhumano, pero no hay nada más humano, Ndéné. Apartar a los que molestan, empleando la violencia si es necesario, incluso, para proteger a la mayoría y preservar su cohesión; no hay nada más humano. Se trata casi de un instinto de supervivencia».

Pero Mohamed Mbougar Sarr no se limita a lo personal (en la relación de Gueye con su amante y su familia) y a lo social, sino que también ataca al caracter estructural del problema. Así lo certifica al desplegar cómo la intolerancia es algo que acaba constriñendo incluso al sistema educativo: «Era inútil intentar hacer que mis estudiantes aceptasen que Verlaine el hombre, que se entregaba a la homosexualidad, era diferente de Verlaine el gran poeta. Para ellos, para sus padres, para tanta gente en este país, esa distinción era absurda: un hombre solo es lo que hace. Una parte importante de nuestra cultura se basa en este principio de no distinción. Sabía que no lograría diferenciar a esos dos Verlaine. Los estudiantes nunca lo verían sino como una unidad, exigían su unidad: la de un homosexual que había escrito poemas donde la homosexualidad estaba presente. Poemas peligrosos, por lo tanto. Lo peor era que tal vez tenían razón en no querer dividirlo. Podía entender que no se escindiese a un artista, que lo aceptase en su totalidad por lo que era, pero con esta forma de ver las cosas no llegábamos a las mismas conclusiones».

Y lo que es más interesante todavía, «Hombres Puros» no aparta la mirada a la hora de atajar un aspecto de este problema que existe en todo el mundo y no solo en Senegal: cómo los propios góor-jigéen que han sido convencidos de lo indigno de su condición actúan como policía a la hora de controlar, contener y juzgar a aquellos que intenten pensar fuera de la norma. Así habla, por ejemplo, el mentor de Ndéné en la Universidad: «Una minoría de góor-jigéen ha cambiado toda la percepción de los homosexuales. Para mal, por supuesto. Son vulgares, impúdicos, provocadores. ¡Se casan! ¡Casarse! Qué locura… La falta de discreción de esa pequeña minoría, su irresponsabilidad, hacen mucho daño a los demás, a la mayoría silenciosa de los homosexuales. La homosexualidad se ha vuelto vulgar. En cualquier caso, solo se ve esa parte. Como sucede a menudo, son un puñado de personas quienes dan una imagen falsa de la realidad y perjudican a la mayoría. Los demás senegaleses, la mayor parte heterosexual, se sienten agredidos. Moralmente. Religiosamente. Visualmente».

Con todos estos diálogos, Mohamed Mbougar Sarr realiza una valiosa radiografía de la situación de los góor-jigéen en Senegal… Una radiografía que es tan dura (al enfrentar al lector con una situación cruda e impactante) como necesaria (al dar visibilidad a una problemática que debe ser atacada y atajada). Pero, al final de todo, lo que eleva a «Hombres Puros» no es que sea un libro duro y necesario sino que, por encima de esa dureza y necesidad, cultiva la mayor de las bellezas: la belleza del diálogo y la reflexión. Las dos mejores armas para hacernos no hombres más puros, pero sí mejores hombres.

Sinceramente,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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Por Raül De Tena

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Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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