«Laberintos» es la nueva película que se ha montado Charles Burns

«Laberintos» es la nueva trilogía de cómics de Charles Burns… Pero también es la película que el autor se ha montado para explorar y homenajear una de sus grandes obsesiones: el cine.

Lejos ya del éxito desorbitado (pero justificado) de «Black Hole», Charles Burns sigue construyendo su imaginario poquito a poco, con la misma lentitud implacable con la que los gusanos devoran un cuerpo en descomposición. Y mira que aquel éxito podría haberle catapultado a una carrera de hiperproducción destinada a alimentar la maquinaria del audiovisual hollywoodiense, ese que siempre tiene un ojo puesto en la viñeta como inspiración u oportunidad de expoliación… Pero él pareció decidir que no. Que seguiría creando a su ritmo. Sin decisiones precipitadas. Sin creaciones superfluas.

Todo es chicha en la comiteca de un Charles Burns que acaba de coronarse con la creación de un nuevo tríptico que Reservoir Books ha ido publicando en nuestro país entre 2022 y 2024 (a razón de un tomo por año) bajo el título de «Laberintos». Una trilogía que conecta íntimamente con el universo del autor por la vía de sus obsesiones habituales pero que, a la vez, también amplía su campo de batalla tradicional excavando en la zanja de una de sus influencias más clásicas que aquí se amplía bajo una inquietante lupa de aumento: el amor por el cine.

"Laberintos", de Charles Burns

Hay que reconocer, sin embargo, que el periplo de «Laberintos» ha sido, cuando menos, peculiar. Esta serie de tres cómics fue publicada primero en Francia por la editorial Cornélius bajo el título de «Dédales». Y, aunque el título español es una traducción directa de la versión francesa, sorprende toparse en los créditos de esta edición con el dato de que el título original es ni más ni menos que «Screens». Lo curioso es que este cómic se publicó antes en Francia y España que en Estados Unidos, donde se editó finalmente el pasado mes de septiembre bajo el muy cinematográfico nombre de «Final Cut».

Esta extraña finta editorial, tan habitual en otros autores de su generación (¿no fue también extraño que «Monica» de Daniel Clowes se publicara antes en España que en Estados Unidos?), puede parecer de entrada una reproducción de lo que ya ocurrió con la anterior obra de Burns, el tríptico de NitNit formado por tres entregas («Tóxico», «La Colmena» y «Cráneo de Azúcar») que acabaron siendo recopiladas en un tomo único bajo el título de «Vista Final». No resulta descabellado, por lo tanto, pensar que las tres entregas de «Laberintos» serán finalmente recopiladas en un único tomo bajo el previsible título de «Montaje Final».

¿Es este el nuevo modus operandi de Charles Burns? ¿Trabajar en trípticos con los que mantener el ritmo de una entrega por año para acabar recopilándolos en tomos bajo el título de «Loquesea Final»? ¿Hay un plan más grande detrás de todo esto? Quién sabe. Porque, teniendo en cuenta que nos encontramos ante un autor poco dado a explicar ni sus procesos ni sus proyectos, bien podría ser esto un plan maestro o, simple y llanamente, una aliteración de su eterno gusto por la serialidad folletinesca. Un gusto que conecta directamente con los cómics de terror en grapas con los que crecieron los miedos de varias generaciones.

La serialidad no es algo nuevo en Burns: por mucho que hasta nosotros llegara en su versión «final», el formato original de «Black Hole» en verdad fueron doce entregas aisladas y posteriormente serializadas. Así que puede que, al fin y al cabo, más que ante un plan maestro nos encontremos ante otro rasgo de la personalidad de un autor con un imaginario que ya parece fijado y (gozosamente) inamovible. Es el mismo imaginario que celebra «Laberintos» con su recurrencia a personajes descastados, psiques desconectadas del mundo real, sensualidad perturbadora, nueva carne y una buena ración de esa fascinante monstruosidad que anida silenciosamente en lo cotidiano. Hablemos de todo ello. Hablemos de todos los mundos que existen dentro de «Laberintos».

"Laberintos", de Charles Burns

La trilogía de NitNit recopilada en «Vista Final» ya proponía una especie de fuga psicogénica a un mundo de fantasía que guardaba una misteriosa relación con la realidad de su protagonista. Era un viaje en el que Charles Burns empapaba el universo de Tintín (sí: NitNit al revés) con una buena ración de ácido lisérgico. También un viaje profundamente anclado en la ficción escapista y surrealista. Y resulta que «Laberintos» se parece a «Vista Final»… pero no.

Al fin y al cabo, el nuevo cómic de Burns aborda la existencia de Brian, un chaval con tendencia a la introspección que plasma sus monstruosos mundos de sci-fi interior tanto en sus perturbadoras ilustraciones como en las películas caseras que filma junto a su amigo de la infancia Jimmy. Pese a que este es el protagonista incontestable de «Laberintos», el punto de vista se permite pequeñas desviaciones para introducir la mirada de Laurie, el interés romántico de un Brian que la pone en el epicentro de sus fantasías y, por lo tanto, de sus ilustraciones y de la nueva película que está rodando.

A partir de este punto de partida tan genérico, Charles Burns vuelve a bordar el retrato de una de esas psiques que viven mirando hacia dentro más que hacia fuera. Brian es un personaje totalmente desconectado de la realidad, tal y como queda clarísimo en una primera escena en la que Laurie tiene que «despertarlo» literalmente porque él se ha quedado embobado observando su propio reflejo en una tostadora y dejando volar su mente hacia un mundo vacío por el que deambula un monstruo inquietante, una especie de bola de carne flotante con tentáculos en su parte inferior.

Más adelante, descubriremos que el monstruo es un desdoblamiento del propio Brian, un desdoblamiento usado como herramienta para experimentar lo que el protagonista más anhela: una libertad absoluta que le permita volar hacia cualquier rincón de su mundo de fantasía y, allá, observar a Laurie. Porque resulta evidente que este mundo de fantasía es un arma de doble filo: un refugio en el que Brian se cura las heridas de la vida real pero, a la vez, un motivo para escapar y desconectar, para seguir mirando hacia dentro en vez de mirar hacia fuera.

En el tercer tomo de «Laberintos», descubrimos que este desdoblamiento mental sumado a ciertos arranques de escalofriante bipolaridad de Brian pueden estar justificados por su peculiar relación con una medicación que nunca se especifica pero que se intuye como un tratamiento contra la depresión. Los síntimas están ahí: el pendular de la euforia a la apatía, la magnificación de detalles mínimos que se vuelven dañinamente obsesivos, la arrogancia y la superioridad moral siempre tan compatibles con la asocialidad, la asunción de que el mundo real funciona bajo las mismas reglas que el mundo interior y, en consecuencia, la incapacidad de conectar con las personas a su alrededor.

Cuando Laurie despierta a Brian frente a la tostadora resulta que están en una fiesta rodeados de gente. Y, a partir de ahí, por mucho que Jimmy reúna a un grupo de colegas con los que rodar la película casera junto a su amigo de la infancia, Brian será incapaz de establecer una conexión profunda y sincera con ninguno de ellos. La única que se acercaría a ese tipo de conexión es Laurie, quien muestra un interés basado puramente en la empatía y la fascinación artística («¿Qué tienen los dibujos de Brian, que resultan tan intrigantes? Son muy intensos… misteriosos. Hay un misterio que nunca podré resolver. Una puerta que nunca podré abrir», piensa ella en cierto momento). Este interés, sin embargo, será totalmente malinterpretado por el protagonista y hará que, al asumir su error, acabe por enterrarse más todavía en su cabeza.

Brian es, al fin y al cabo, el personaje perfecto de Charles Burns. Un personaje que viene a integrarse con el elenco del resto de sus obras… Aunque sea planteado en unos términos novedosos en los que se intuye la intención del autor de explorar una de sus grandes constantes, el amor al cine, que nunca había sido explorada antes con la grandiosidad de «Laberintos».

Las películas abundan en este cómic. Para empezar, Burns no solo utiliza su pulcra y casi matemática disposición de páginas para practicar la sucesión de viñetas como fotogramas que se enlazan para que el lector «vea» las películas de Brian y Jimmy. También «verá» el lector algunos cortos de sci-fi patetero en blanco y negro, además de secuencias enteras de dos films que se revelan particularmente importantes en la trama: «La Invasión de los Ladrones de Cuerpos» de Don Siegel en el primer tomo, estableciendo las coordenadas visuales de cuerpos dentro de vainas y de una humanidad barrida por extraterrestres; y «La Última Película» de Peter Bogdanovich con Cybyll Shepherd en el tercero, marcando el ritmo de la historia romántica que Brian se monta en su cabeza junto a Laurie.

Y es que, al final de todo, de eso va «Laberintos»: de la película que Brian se monta en la cabeza y, por extensión, de todas esas películas que todos nos montamos en la cabeza (porque ya sabes: quien esté libre de pecado…). De la misma forma en la que Laurie gravita hacia Brian movida por la empatía y la curiosidad por desentrañar de dónde sale su fascinante creatividad, es inevitable sentirse honestamente conectado a este personaje que, después de que la vida se lo haya llevado por delante (especialmente en un momento en el que decide dejar de tomar la medicación y eso desemboca en un incómodo desbarre), decide regresar a la química y refugiarse en lo más profundo de su mente.

A este respecto, el final de «Laberintos» es directamente magistral. Laurie visita a un Brian medicado para ver qué tal está y preguntarle qué la parece el resultado final de la película casera que rodaron juntos. Pero Brian está lejos, muy lejos, está viviendo directamente en un mundo de fantasía que se acaba por materializar de una forma sublime. Porque el chaval piensa que el resultado de la susodicha película es, simple y llanamente, una mierda, pero no lo dice en voz alta y prefiere dedicarse a crear en el interior de su cabeza el «Montaje Final» (de ahí el título anglosajón, es de suponer) de lo rodado y quedarse vivir en esa película perfecta que se ha montado.

De esta forma, consigue superar un miedo que ya ha expresado en el primer tomo: «El final siempre llega, ¿verdad? Es como ir al cine… Te sientas en la oscuridad y logras escapar durante unas horas. Pero, al final, salen los créditos y se encienden las luces y te toca volver a casa. Esa es siempre la peor parte… Volver a casa». Porque lo bueno de quedarte a vivir en la película que te has montado en tu cabeza es que nunca tiene final. Nunca hay que volver a casa.

Sinceramente,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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