«Blackouts» es el más reciente hype literario queer… Pero resulta que la novela de Justin Torres es mucho más que eso, y aquí intento abordar todas las claves necesarias para entenderla en toda su complejidad.
«Blackouts» de Justin Torres no solo fue galardonada con el National Book Award del pasado 2023 y encabezó listas de lo mejor del año en muchos medios, sino que se ha convertido por derecho propio en uno de los grandes hypes de la literatura queer del presente 2024. Cuando ocurre algo así, es normal que salten las alarmas. Que se desconfíe. Que se acoja el fenómeno con una mezcla de excitación y descreimiento… Al fin y al cabo, ya nos ha vendido humo en demasiadas ocasiones anteriores con un buen puñado de libros publicados en el extranjero que, al aterrizar en nuestro país, se desinflan como un pollo del supermercado al llegar a tu casa.
Por eso mismo, antes de seguir con esta reseña, tengo que contestar una pregunta básica: ¿está justificado o no este hype literario? Porque no merece la pena marear la perdiz en un caso como este en el que la respuesta es una y solo una: «Blackouts» no solo está a la altura del hype que se ha montado a su alrededor, sino que incluso supera las expectativas de todos aquellos que desconfiamos cuando se nos intentó vender que Justin Torres había conseguido revolucionar la narrativa queer contemporánea con este manuscrito.
Porque puede que eso mismo, lo de «revolucionar la narrativa queer contemporánea», sean palabras mayores y que, a día de hoy, ya no existan revoluciones literarias posibles. Pero está claro que leer «Blackouts» te induce a un estado de elevación constante, de sublimación del alma lectora que tiene mucho que ver con otros libros y autores que identificamos puede que no con revoluciones, pero sí con el arte de la novela en su máxima expresión, en su gracia absoluta, en su estado de arte mayúsculo.
Me gustaría afirmar que, en el futuro, recordaremos esta novela como un punto de inflexión para la literatura queer del siglo 21… Pero la experiencia me ha demostrado que este mismo siglo 21 está siendo un tiempo de «aquí te pillo aquí te mato» en el que le pegamos un buen meneo a un hito para, a continuación, pasar al siguiente, a la siguiente revolución, el siguiente puntal de la cultura contemporánea. Y, respecto al anterior hito, si te he visto no me acuerdo.
Novelas que parecían históricas se olvidan a los dos meses. Así que yo ya no pongo la mano en el fuego por nada ni por nadie… Y, aun así, pese a todo esto que acabo de afirmar, en las últimas semanas me he visto respondiendo «hacía siglos que una novela no me impactaba tanto y tan profundamente» cuando determinadas personas me han preguntado por «Blackouts». ¿Por qué? Voy a intentar explicarlo a continuación.
Los tres relatos trenzados en «Blackouts»
Tengo que reconocer que hay ciertos momentos de «Blackouts» en los que Justin Torres me desconcierta al caer en la tentación de la sobrexplicación. Como si no confiara al cien por cien en la capacidad del lector para comprender la complejidad de su propuesta y cayera en la tentación de subrayar en colores fluorescentes ciertos conceptos básicos.
Hacia la mitad del libro, por ejemplo, se incluye un pequeño capítulo en el que los dos protagonistas juegan al mise en abyme al explicar los tres relatos que se están trenzando en la novela que escribe Torres pero que también parece que está desarrollando uno de los protagonistas. Dicho de otra forma: el autor explica la estructura de su libro, que a la vez es el libro que está concibiendo / escribiendo su protagonista.
Esto puede parecer confuso precisamente porque todavía no he respondido a una pregunta básica: ¿de qué va «Blackouts»? A grandes rasgos, podría decirse que esta es una novela hablada basada en el diálogo entre dos personajes que se encuentran en lo que ellos llaman El Palacio. Uno de ellos, el más joven, ha ido en busca del segundo, un anciano que se va apagando poco a poco a medida que la muerte se va cerniendo sobre él. Del primero nunca sabemos el nombre, ya que el segundo se refiere a él como «nene» por mucho que a veces el «nene» hable de historias presuntamente biográficas en las que se refiere al protagonista como Sal. El segundo se llama Juan Gay, un apellido para nada casual que marcará a fuego el transcurso de la novela.
Y es que el diálogo entre estos dos personajes es el que trenza los tres relatos mencionados anteriormente… Siendo el primero de ellos la historia de Jan Gay, apodo de la socióloga queer pionera Helen Reitman (1902-1960), quien condujo cientos de entrevistas a través de las que pretendía arrojar luz sobre la oscuridad de la homosexualidad en los años 20 y 30 del pasado siglo XX. Juan pide a «nene» que haga justicia a la historia de Jan Gay, quien se cambió el nombre y el apellido precisamente buscando una ambigüedad que le permitiera vivir con su mujer Zhenia Gay, ilustradora de cuentos infantiles junto a la que «adoptó» al pequeño Juan (de ahí que comparta apellido con ellas).
Las mencionadas entrevistas fueron la base del libro de investigación «Desviaciones Sexuales», que George W. Henry publicó en el año 1941 desvirtuando el trabajo de Jan Gay, quien nunca fue debidamente acreditada por su labor. El segundo relato que se trenza en «Blackouts» tiene que ver precisamente con este libro titulado «Desviaciones Sexuales». Específicamente, con una copia que Juan encontró en la basura: «En la solapa de la caja, en rotulador negro, en lugar de GRATIS, o el suplicante LLÉVAME, alguien había escrito: AHORA SOY TUYO. Juan se reía de la teatralidad de la situación». Una copia envuelta en misterio, ya que el texto de todas sus páginas incluye grandes pasajes tachados («blackouts») que dejan al descubierto un nuevo texto, el no tachado, con un significado inédito que Juan también quiere que «nene» investigue.
Por último, el tercer relato que trenza Justin Torres es el de Juan y «nene». Uno y otro relatan partes de su vida, a veces en forma de historias que incluso narran como si fueran películas que no tuvieran que ver con ellos. «Nene» quiere que Juan le explique todo no solo sobre Jan Gay y «Desviaciones Sexuales», sino también sobre su propio pasado siempre envuelto en las brumas del misterio. Y Juan quiere que «nene» ponga sobre la mesa una convulsa historia de puterío temprano, prostitución masculina y relaciones problemáticas con hombres a los que siempre mintió.
Estos son los tres relatos que se trenzan en «Blackouts»… Lo interesante, sin embargo, es que cada uno de esos relatos esconde una significancia profunda que sublima la novela y la convierte en algo así como una pequeña gran historia de la homosexualidad del siglo XX según Justin Torres.
La historia de la homosexualidad según Justin Torres
Desde las primeras páginas de «Blackouts», parece claro que el encuentro de «nene» y Juan en El Palacio ocurre en la década de los 90, ese momento bisagra en el que el cambio de siglo se vio empañado por miedos que quedaron en nada (el Efecto 2000) y crisis que se quisieron barrer debajo de la alfombra (el VIH que también acabará filtrándose en la novela de Torres). Y es interesante que sus diálogos se desplieguen precisamente desde la última década del siglo XX en un esfuerzo consciente hacia la existencia homosexual de todo ese mismo siglo.
Es interesante porque, al fin y al cabo, la comunidad LGTBIQ+ lleva décadas reclamando un pasado que fue silenciado e invisibilizado, unas raíces que les fueron negadas al ser aplastadas por la tinta negra de la Historia Oficial escrita habitualmente por el puño del hombre heterosexual blanco. Y es también interesante que esta reescritura se realice desde ese Palacio que podría ser un lugar tan real como ficticio y que, por momentos, me hace pensar más bien en un espacio mental al que, a modo de diálogo platónico, el autor acude a la búsqueda de una filosofía homosexual que se desprende de la pura charla entre un experimentado hombre que está abandonando la vida y un joven inexperto ávido de heredar todo el conocimiento destinado a desaparecer con la muerte del primero.
«Blackouts» escribe una historia de la homosexualidad del siglo XX que Justin Torres descompone a modo de desordenadas piezas de un puzzle que el lector va recomponiendo en su propia cabeza. Un puzzle en el que cada uno de los tres relatos mencionados en el anterior apartado de este artículo se subliman adquiriendo nuevas formas y sentidos, trenzándose en un relato único final que es el de Juan y «nene» (los sujetos concretos) tanto como el de Jan Gay (los sujetos históricos) y, sobre todo, el de la propia comunidad LGTBIQ+ (el sujeto social).
Al revelar la historia de Jan Gay, Juan no solo está hablando de cómo la homosexualidad fue (mal)tratada por un ámbito médico que nunca quiso entenderla o explicarla, sino que simple y llanamente pretendió fagocitarla y ajustarla a los marcos de su propia visión heteropatriarcal. La vida de Jan también habla de los subterfugios a los que tantas personas queer tuvieron que recurrir durante el siglo XX para vivir su propia realidad: su cambio de nombre y apellido para habitar una ambigüedad que le permitiera existir junto a su mujer Zhenia explica perfectamente cómo las personas queer a menudo han tenido que camuflarse entre lo «aceptable» por mucho que eso significara renunciar a partes importantes de su personalidad (¿existe algo más importante que un nombre propio?).
Y no solo eso: los libros infantiles que ilustraba Zhenia Gay y en los que Juan hacía de modelo infantil son puro ejemplo de cómo muchos artistas supieron esconder la sensibildiad queer entre las capas de sentido de sus creaciones para que fueran encontradas, gozadas y compartidas solo por aquellos con el ojo entrenado para «entender». De ahí nace, por ejemplo, ese sublime pasaje en el que Juan lee un cuento sobre los animales de la jungla en una clave sorprendente: como si cada animal fuera un habitante diferente en la barra de un bar marica. Y todo cuadra.
Esto tiene mucho que ver con el segundo relato que trenza «Blackouts»: el de las páginas tachadas de «Desviaciones Sexuales». Aquí, los tachones negros son verdaderos «blackouts» hermanados de forma bastarda con los «blackouts» que «nene» dice haber sufrido en su existencia por lo que se intuye como un exceso de mala vida. En el caso del libro médico de George W. Henry, sin embargo, Torres está hablando más bien de un texto con partes tachadas que dejan a la vista un nuevo relato diferente al original: un relato más honesto con la realidad homosexual que presuntamente estaba describiendo pero que en verdad estaba mutilando y enmascarando.
Es esta una magistral metáfora de cómo la verdadera historia queer hay que rastrearla escondida entre las líneas de la Historia Oficial que la heterosexualidad ha querido escribir para nosotros en su eterno ejercicio de paternalismo y condescendencia. Los tachones de «Desviaciones Sexuales» son, por lo tanto, un glorioso acto tanto de liberación como de justicia histórica. Además de un precioso acto poético, porque ya nadie duda que las mejores luchas son aquellas que se hacen con la pluma en la mano y la poesía bajo los pies.
Por último, si Jan Gay y las «Desviaciones Sexuales» han sido sinécdoque de la existencia homosexual en el arranque del siglo 20, el tercer relato de «Blackouts» aborda esa misma existencia a mitad de siglo (Juan) y a finales del mismo (un «nene» que se esfuerza por ordenar la cronología que le precede para saltar hacia el siglo 21 de la forma más sensata posible). Este tercer relato es el de la transmisión oral de generación a generación que, en la comunidad LGTBIQ+, poco o nada tiene que ver con la familia de sangre y todo tiene que ver con la familia elegida.
«Nene» quiere desentrañar el misterio de Juan porque sabe que es el misterio de toda una generación que optó por la invisibilidad como medio de supervivencia. Y sabe también que la oralidad es la única forma de desentrañar ese misterio porque la historia escrita, tal y como demuestra «Desviaciones Sexuales», siempre nos dejó fuera, en el mismo márgen en el que acabó el esfuerzo de Jan Gay.
De la misma forma en la que Sherezade eludía la muerte explicando cuentos en «Las Mil y Una Noches», los personajes de «Blackouts» esquivan a la parca explicándose sus propias historias, que aquí se leen como Historia (con mayúscula capital) de la comunidad. Juan (mitad del siglo XX) es ese gay viejo hiperculto acostumbrado a callar e invisibilizar su existencia y que, como máximo, solo se permite redirigir su realidad hacia obras en las que esta quedará como una capa de sentido oculta y escondida. Y «nene» (final del siglo XX) es el gay joven tocado por una hipersexualidad que empieza a florecer (pero sin pasarse) que le meterá en problemas al intentar contenerla dentro de los corsés de las relaciones definidas por el heteropatriarcado (la monogamia) hasta el extremo de producirle problemas de salud mental y incluso de salud física (VIH).
Y así escribe Justin Torres la historia de la homosexualidad en el siglo XX. Le añade, eso sí, y como no podía ser de otra forma, una última capa de sentido que acaba por sublimar el conjunto: la capa de las referencias. Porque son esas referencias las que busca «nene» y son esas referencias con las que, a falta de ejemplos reales a su alrededor, los miembros de la comunidad LGTBIQ+ del siglo XX construimos nuestras propias identidades.
Hacia la mitad del libro, Juan y «nene» hablan precisamente de Manuel Puig justo antes de emprender un intercambio de historias que, además de ser el corazón del libro, recuerdan poderosamente a «El Beso de la Mujer Araña». Al fin y al cabo, ambos entran en el juego de explicar cada uno su relato con formas cinematográficas: «nene» juega a la autobiografía creando una peli sobre su relación con un hombre que quería que usara pañales como fetiche sexual, mientras que Juan se lanza al vacío sin red fabulando un bellísimo film titulado «Puertas Que Se Abren» en el que la vida de Jan Gay (precisamente una vida de puertas que se cierran) es narrado a partir de puertas que se abren.
El de Puig no es el único apellido que sobrevuela por encima de los «Blackouts» de Justin Torres. Yo no puedo parar de pensar en Tom Spanbauer matizado por la sensibilidad poética de Mario Bellatín. Pero muchos otros son los nombres que se invocan directa o indirectamente en un libro en el que se acumulan otras presencias ilustres como Antonio Piñero, Tennessee Williams, Oscar Wilde o Edward Albee. También múltiples referencias pictóricas y fotográficas que flotan ingrávidas e indefinidas, aportando un misterio que contrarresta la ya mencionada tendencia a la sobrexplicación que a veces embarga al autor. Y que consigue, finalmente, un equilibrio que parecía imposible pero que acaba siendo no solo probable, sino exuberantemente bello como una atardecer de charla con alguien que te traspasa toda su sabiduria. Toda su experiencia. Todo su dolor… Pero, por encima de todas las cosas, todo su amor.
Sinceramente,
Raül De Tena